Aprendizajes en torno a la Empatía: mendigar o
cubrirse con piel de foca.
Diego Dequino
04/07/2014
El
anecdotario de aquellos individuos que dejaron su huella en el desarrollo de
las sociedades tiende a ser útil para interpretar las condiciones del futuro
posible y accesible, en la medida que sean capaces de trasmitir aprendizajes y
enseñanzas que mejoren el desempeño de quienes los continúen en el difícil arte
de conducir.
Para
quienes abrevamos convencidos en la tradición cultural de occidente, especialmente
en la cultura greco-romana incluyendo la tradición judeo-cristiana, como el
antecedente necesario para comprender los alcances de nuestras capacidades como
seres que dominamos y gobernamos el futuro de nuestro planeta; somos
conscientes que existen dos elementos básicos para que la empatía tenga inserción efectiva,
no etérea. Estos elementos no son otro que la tierra y los gestos.
La
tierra en el sentido del terruño, del lugar donde se actúa y se reside, donde
se desarrollan las acciones de quienes viven en sociedad y de aquello por lo
cuál los humanos somos capaces de dar o cegar vidas en su defensa. Es decir el
territorio en un sentido estrecho al extremo de un hogar cuando se trata de un
grupo familiar, o en un sentido amplio cuando se refiere al complemento de una
Nación para que pueda ser base de un Estado y un país.
Los
gestos en el sentido de la identificación del individuo con el resto del grupo
social al cual pertenece y con el cual convive. Estos gestos no son otra cosa
que la capacidad de cada miembro del grupo y especialmente quienes tienen
mayores responsabilidades por caso los padres en la familias, los dueños de
empresas donde hay empleo, los dirigentes sindicales donde hay un gremio, los
políticos en el gobierno donde hay un Estado; de convertirse en espejos vivos y
lúcidos del resto de los miembros del grupo social con el cuál deben empatizar
como condición necesaria para cumplir su rol de forma adecuada. Al igual que
con el territorio, nuestros gestos extremos pueden llevarnos también a dar la
vida o cegar vidas ajenas en defensa de nuestro grupo social de pertenencia.
Sin
embargo, los aprendizajes ya milenarios de occidente, mediante la religión y
las creencias que todo lo atraviesan, fueron progresivamente sublimando –no
siempre con éxito- las pulsiones que nos conducen cada vez con mayor firmeza
hacia un estadio de respeto por la vida por encima del territorio y los gestos.
Cómo
señalamos las experiencias son útiles en tanto sean aprendizaje. Las
experiencias muchas veces deben alcanzar la brutalidad extrema en términos
colectivos para que se transformen en enseñanzas, por caso las guerras, los
genocidios, las epidemias en el caso de las naciones y los países de occidente;
la represión sin garantías, el desempleo extremo y la hiperinflación en la Argentina; una fuerza
policial de paro en el caso de una Provincia; los líquidos cloacales corriendo
por las calles o el agua no apta para consumo en el caso de una Ciudad.
Las
experiencias otras veces deben tomar ribetes de ridículas para que sean capaces
de llamar nuestra atención sin necesidad de generar el daño que produce la
brutalidad de una circunstancia por nadie deseada. Siempre lo ridículo es
directamente proporcional a lo llamativo, pero la circunstancia en la cual se
produce la anécdota también exige percibir sobre quién o en cuáles
circunstancias ocurrió.
Sin
caer en un maniqueísmo de citas bíblicas, que siempre suelen estar certeramente
señaladas en el texto madre pero lejanas de los resultados terrenales, con lo
cual se transforman en acciones vacías de efectos pero aplaudidas por contener
una moralidad deseada por todos pero ejecutada por pocos. Por ello deseamos
traer a colación algunas experiencias terrenales de personas que fueron capaces
de colaborar en el destino de la sociedad de su tiempo y en mayor o menor
medida de la propia humanidad.
En
el siglo I a.C. nació en el ámbito del imperio romano quien sería considerado
junto con el César, el más importante emperador del apogeo romano: C. Octavio
Turino; el cual sería conocido desde el 16 de enero del año 27 a.C. y por el resto de los
tiempos como Augusto. El período
durante el cuál Augusto condujo los
destinos de Roma duró más de 50 años, muriendo él de muerte natural, es decir
no fue ni asesinado ni destituido. La etapa en la cuál Augusto condujo los destinos de Roma representó uno de los períodos
de mayor paz, prosperidad y florecimiento intelectual del mundo antiguo.
Augusto, al igual que sus contemporáneos y al igual que
quienes vivimos por estos días, tenía creencias. En su caso eran propias de su
época y del estadio de las religiones en tal momento. El politeísmo romano en
muchos aspectos difería de nuestra concepción monoteísta actual de la religión,
sin embargo algunas tradiciones –que seguramente se remontan a las épocas de
las cavernas- han sobrevivido, ya sea como dogma o como abordaje
científico-racional. Entre los aspectos que aún tienen presencia en nuestro
mundo contemporáneo se encuentran los sueños. Sueños entendidos tanto en el
sentido de aquellos que nos atacan cuando dormimos como aquellos que se asocian
a nuestros deseos por tener un mejor día y aún mejor futuro.
Según
las crónicas traídas a nuestros días por los eruditos, entre las creencias que
tenía Augusto destacaban los
presagios que extraía de los sueños y sus temores.
·
Augusto debido
a un presagio extraído de un sueño, se obligó, ya siendo desde hacia mucho
tiempo dueño y señor de Roma, a mendigar un día de cada año, tendiendo la mano
para obtener las monedas que le dieran los transeúntes.
·
Pero también, Augusto temía al trueno por lo cual
siempre llevaba puesta en sus viajes una piel de foca que, supuestamente, lo
preservaba de los efectos del rayo.
Cuando
los dirigentes políticos en nuestro país sueñan -no por deseo sino al dormir- podríamos
legítimamente interrogarnos: ¿Cuántos se imaginarán mendigando un día al año?
para sentir en su propia piel el sufrimiento de los ciudadanos. Y ¿cuántos
buscarán pieles de foca? para que el trueno no los alcance.
En
otros términos, la pregunta única para quienes tienen la responsabilidad de
conducir el Estado en la
Argentina: Nación, Provincias y Municipios, es cuando
despiertan cada mañana ¿cuánto de temor tienen a la ira del pueblo y cuanto a
la ira de los dioses?.
Para
quien quiera saberlo, agregamos que fue Júpiter quien le indicó a Augusto la obligación de mendigar.
También diremos que Augusto para
mayor seguridad por temor al trueno, hizo levantar en el Capitolio un templo a
Júpiter Tonante.