Cuando la economía entra en “los últimos cinco minutos”.
Diego Dequino, 27/08/2025
(también en La Voz del Interior)
En la
Argentina, los mercados financieros y la política suelen relacionarse de
maneras extrañas. Lo visto en las últimas semanas es una muestra clara: un
Gobierno que parecía tener el partido ganado, pero que decidió arriesgar
demasiado en los últimos minutos.
Lo
económico y lo político se entrelazan. El reciente aumento del dólar, la tasa
de interés y del riesgo país no se explican solo por un escándalo coyuntural:
detrás hay dudas de sostenibilidad sobre la política monetaria y financiera.
El mercado
percibe que el esquema actual está sobre intervenido y, al mismo tiempo, se
sorprendió por la velocidad con la que el Gobierno decidió desarmar las Lefis
(antes Leliq), una herramienta clave para sostener la rentabilidad y el dinero
en caja (liquidez) de los bancos.
En otras
palabras, se tocaron los dos resortes vitales del sistema financiero:
rentabilidad y liquidez. En los últimos sesenta días, se dieron licitaciones
improvisadas, suba de encajes en varias tandas y medidas que parecen responder
más a la urgencia que a un plan ordenado.
El apretón monetario.
El corazón
del problema, con los actuales encajes y tasas de interés, es que el mercado de
crédito para producir y consumir se vuelve inviable.
El sistema
bancario argentino, sobredimensionado en relación con la demanda real, depende
desde hace décadas de colocar dinero en bonos públicos o en operaciones con el
Banco Central. Al cambiar esas reglas de golpe, se cortó de raíz la principal
fuente de rentabilidad y se complicó el esquema de liquidez o dinero disponible
en caja de los bancos.
El
resultado: un sector que venía creciendo en colocación de crédito, se topa
ahora con un freno abrupto. La economía real se aleja de la posibilidad de
recibir financiamiento en cantidad y calidad, golpeando tanto a las empresas
como a las familias.
Una tormenta que enloda la realidad.
El
panorama se parece a una tormenta que dificulta el desarrollo normal del
partido económico.
De un
lado, un gobierno con apoyos importantes tales como Trump, el FMI, algunos
grandes jugadores del mercado, empresarios prominentes dueños de empresas que
cotizan en Nueva York, le otorga un aire distinto al que tuvieron otras
gestiones en crisis.
Del otro,
una sucesión de medidas que parecen agotar los trucos financieros y generan más
dudas que certezas.
El asunto
de fondo es el reacomodamiento de los precios relativos: dólar, tarifas,
retenciones y salarios. Ese ajuste de largo plazo, inevitable en todos ellos o
en algunos, obliga a empresas y familias a replantearse cómo producir y vivir
en el nuevo escenario.
Para las
empresas, el dilema es binario: invertir o reducir producción, sostenerse o
cerrar. Para las familias, que no cierran, el ajuste es más silencioso pero
igualmente real. Para empezar deberán cargar menos combustible, caminar más,
usar más transporte público, revisar el gasto educativo, resignar salidas.
Adaptarse o quedar atrás.
La
economía argentina, como la vida misma, impone adaptaciones. Lo vivimos en las
crisis de los años ‘80, ‘90 y en los 2000. Algunos logran salir fortalecidos,
otros quedan rezagados. El darwinismo económico que promueve este Gobierno
consciente o inconscientemente funciona así: cada familia, cada empresa, debe
escribir su propia historia de supervivencia, éxito o fracaso.
Hoy los
asalariados formales, públicos y privados, han recuperado algo de poder
adquisitivo, aunque la brecha con siete u ocho años atrás sigue siendo enorme y
la percepción de bienestar de corto plazo ingresa en un impasse.
En el caso
de los trabajadores informales, quienes venían más castigados en años
anteriores, han mejorado sus ingresos a mejor velocidad y al ser un sector con
ingresos más bajos la baja de la inflación les permite organizarse mejor en el
día a día.
En el
extremo opuesto, los sectores de mejores ingresos tienen acceso al consumo de
bienes de lujo, pueden viajar al exterior o atesorar dólares sin restricciones.
Pero lo
cierto es que una gran parte de la clase media se enfrenta a la necesidad de
recalcular, ajustar, resignar y reacomodarse. Los grupos familiares que ganan
entre 1,5 y 3 millones de pesos por mes, amplia franja de la clase media,
deberán elegir entre intentar “salir por arriba” o ajustar su estilo de vida.
Un final abierto.
Lo que se
juega en los próximos meses no es solo una cuestión electoral o financiera. Es
un proceso más profundo: redefinir las reglas del juego económico para la
próxima década. El dólar, las tarifas, los salarios y los impuestos marcarán la
cancha donde empresas y familias deberán aprender a moverse.
El desafío
es enorme. Si el Gobierno logra ordenar las variables, podrá abrir un ciclo de
relativa estabilidad donde pueda prender un crecimiento robusto y sostenido de
la economía. Si no, el costo lo pagaremos todos, en forma de más incertidumbre,
más ajustes y menos futuro.
Como en el
fútbol, no alcanza con ir ganando 2 a 0 si en los últimos cinco minutos uno se
dedica a provocar al rival y a la hinchada contraria, porque el partido puede
terminar mucho más complicado de lo que parecía.
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