viernes, 31 de octubre de 2025

Argentina ante una nueva oportunidad

El regreso a los mercados voluntarios

Por Diego Dequino

28 octubre 2025

(también en La Voz del Interior)

Las elecciones recientes dejaron algo más que un cambio político: produjeron un marcado ajuste de expectativas en los mercados financieros. La fuerte caída del riesgo país, la más significativa registrada en una sola jornada, reflejó una recuperación inmediata de la confianza, tanto interna como externa.

Tras años de volatilidad y señales contradictorias, la reacción fue una de las más positivas que se recuerde.

Este fenómeno,si bien tiene un componente de euforia, pero respondió a fundamentos objetivos ya que los mercados habían incorporado en los precios un escenario más incierto.

Al confirmarse un resultado electoral favorable a la estabilidad política y con respaldo explícito de los Estados Unidos, los operadores reaccionaron con rapidez. 

Los bonos soberanos argentinos se encontraban en valores extremadamente bajos, y la certeza de próximos pagos en enero 2026 generó un incentivo evidente para quienes evalúan oportunidades de inversión de corto y mediano plazo.

El sistema financiero reconoció que las condiciones macroeconómicas ofrecían hasta el último viernes, márgenes de rentabilidad inusuales en la medida en que se logré brindar certezas de que la Argentina honrará sus compromisos financieros inmediatos.


El riesgo no es económico, es político

El verdadero desafío de la Argentina no reside hoy en su macroeconomía, sino en la consistencia de las decisiones políticas que la acompañen. Los mercados descuentan que el actual equilibrio fiscal y monetario puede sostenerse siempre que el gobierno evite recaer en políticas expansivas financiadas con emisión o en incrementos del gasto público sin respaldo o aumento exacerbado de la presión fiscal.

Si el programa económico logra conservar ese sendero, el país estaría en condiciones de reducir de forma rápida su riesgo país hasta la franja de los 600 puntos básicos, umbral a partir del cual puede considerarse técnicamente apto para regresar a los mercados voluntarios de crédito. La diferencia restante hasta los 400 puntos, nivel compatible con una colocación soberana normal, podría corregirse en la propia instancia de emisión, al demostrar estabilidad institucional y previsibilidad.

En ese escenario, la Argentina recuperaría la posibilidad de financiar los vencimientos de capital mediante nuevas colocaciones y afrontar los intereses con recursos genuinos, un mecanismo habitual en cualquier economía moderna e integrada al mundo.

Regresar al financiamiento normal

Volver a los mercados internacionales no implica endeudarse de manera irresponsable. Significa, sencillamente, normalizar el vínculo financiero del país con el mundo. Desde la reestructuración de la deuda del año 2020, la Argentina ha permanecido al margen del financiamiento voluntario y dependiente de mecanismos extraordinarios: acuerdos con el Fondo Monetario Internacional, swaps y asistencia interna del Banco Central, ensuciando la hoja de balance y debilitando el activo en este último caso.

Esa dependencia ha generado tensiones crecientes sobre la emisión monetaria, sobre la recaudación y sobre la propia estructura fiscal. El Tesoro enfrenta en 2026 vencimientos por cerca de 9.000 millones de dólares, de los cuales la mitad corresponden a capital. Aun con superávit primario, la magnitud de esos compromisos resulta incompatible con una estrategia de pago exclusivamente con “dinero propio” que detraiga las reservas del Banco Central.

Por ello, recuperar el acceso a los mercados debe entenderse como una herramienta de estabilidad y no como un atajo. Países como Grecia, tras su crisis de 2008, lograron reinsertarse en los mercados voluntarios mediante disciplina fiscal y previsibilidad institucional. Argentina podría seguir un camino similar, recurriendo a emisiones moderadas —de entre 5.000 y 6.000 millones de dólares— que alivien la caja del Tesoro, reduzcan la presión sobre las reservas y permitan al gobierno reasignar recursos hacia inversión productiva y/o mediante reducción de impuestos. Pero en todos los casos devolviendo a la sociedad al menos esos montos, que equivalente a más de 1% del PBI.

El efecto de la confianza

El restablecimiento de la confianza externa tendría efectos multiplicadores sobre la economía real. Un riesgo país más bajo permitiría al Estado financiarse a menores tasas, reducir la presión sobre el mercado financiero local y, en consecuencia, disminuir la necesidad de acumulación urgente de reservas. Además, al reactivarse los flujos de crédito y aumentar los depósitos del sector privado, el sistema financiero recuperaría profundidad y previsibilidad.

El punto crítico será mantener la prudencia. La experiencia de 2017 y 2018 demuestra que el exceso de optimismo puede conducir a sobreendeudamiento y por lo tanto aumentar los riesgos sistémicos. La oportunidad actual exige equilibrio, gradualismo y sentido estratégico.

Una ventana temporal acotada y la previsibilidad

Similar a lo ocurrido cuando el presidente Milei ganó las elecciones de octubre de 2023, el país dispondrá desde noviembre de un período de entre cuatro y seis meses en el que las expectativas positivas serán dominantes.

Si el gobierno utiliza esta ventana para reabrir los mercados, reducir la presión tributaria sobre las pymes y los autónomos, y eliminar gravámenes distorsivos como las retenciones al sector agropecuario, entonces el ciclo de entusiasmo podría prolongarse y transformarse en una recuperación económica sostenida.

De lo contrario, si se desaprovecha este margen de confianza, el escenario volverá a caracterizarse por la incertidumbre, la desaceleración y un probable deterioro progresivo en las expectativas.

La posibilidad de regresar a los mercados internacionales debe ser interpretada no sólo como una oportunidad económica, sino como un activo institucional y económico del país. Restablecer la confianza implica liberar recursos, aliviar la presión fiscal y, sobre todo, devolver previsibilidad a la sociedad y al sector productivo.

El desafío no radica en alcanzar resultados espectaculares, sino en sostener el rumbo. Con un marco macrofiscal consistente, una gestión prudente de la deuda y una política económica coherente, la Argentina puede iniciar una etapa de estabilidad inédita en los últimos años.

El apoyo extraordinario del gobierno del presidente Trump, nos ofrece, a su vez, una oportunidad única y diferente. El desafío será no desperdiciarla.


sábado, 18 de octubre de 2025

La economía en el tránsito hacia las elecciones oct2026

Guía para sobrevivir entre las elecciones y los mercados

Diego Dequino
17/10/2025


En semanas de tanta volatilidad política y económica, las preguntas que más escucho son las mismas: ¿qué va a pasar después de las elecciones? y ¿cómo va a reaccionar el mercado? Mi respuesta no se apoya en adivinanzas, sino en lo que los precios ya dicen. Porque el mercado habla antes que los analistas.

Hoy, los bonos y las acciones argentinas descuentan un escenario donde el oficialismo rondaría el 35 % de los votos. En ese nivel, los valores actuales ya incorporan ese resultado. Por lo tanto, si la elección termina en ese orden, no habrá grandes movimientos: seguiremos con la misma tensión que venimos viendo. El Gobierno tendrá que seguir “transpirando la camiseta”, demostrando todos los días cómo resuelve los problemas que él mismo genera o que la realidad le impone.

Si, en cambio, el oficialismo obtiene un resultado algo mejor – 37 % o 38 % –, el mercado podría reaccionar con alivio. No porque haya cambiado la economía real, sino porque una mejora en la expectativa política suele generar una reversión positiva en los activos: podríamos ver una recuperación de entre 10 y 12 % en los precios. Un pequeño respiro financiero.

Ahora bien, si el resultado es peor – por debajo del 35 % – y se instala la idea de un gobierno debilitado, la situación se complicará. Las posiciones especulativas se desarmarán y veremos una salida de activos argentinos. Los inversores se despedirán vendiendo bonos en torno a 50%-54% de paridad, para reingresar recién en 2026 o 2027, cuando busquen un nuevo piso de precio rumbo a la elección presidencial.

En definitiva, la estabilidad o el temblor dependerán del tamaño del resultado electoral. Si el oficialismo ronda el 35 %, seguiremos como hoy: sin mejoras visibles, pero sin derrumbes inmediatos. Si saca menos, el panorama se pondrá cuesta arriba.

El modelo que no llega a todos

Más allá del juego electoral, hay una pregunta estructural: ¿por qué, si el Gobierno mantiene el mismo plan y pide dinero recurrente cada 4 o 6 meses, deberíamos esperar un resultado distinto?

Con estos precios relativos, el modelo económico cierra para la mitad de la sociedad. El tipo de cambio, las tarifas, los salarios reales, las retenciones y los impuestos son los engranajes de esa maquinaria.

La otra mitad se queda afuera, castigada por la inflación, las retenciones, los ingresos que no acompañan y por la contracción del crédito. Los datos de la economía real lo muestran sin maquillaje.

Tarde o temprano, el Gobierno deberá corregir los precios relativos, y la velocidad de esa corrección dependerá del resultado electoral. Un mejor resultado le daría margen político para ajustar; uno peor, lo dejaría sin aire.

Mientras tanto, los mercados financieros se moverán con una lógica de buscar rentabilidad de corto plazo. Hay un hito clave, el 9 de enero 2026, cuando los bonos argentinos pagan cerca de USD4.500 millones en renta. Con precios tan bajos, quien compre hoy y cobre en enero puede hacer una buena diferencia.

Si el Gobierno muestra fortaleza y Estados Unidos mantiene su apoyo, muchos fondos aprovecharán esa ventana. No por convicción macroeconómica, sino por oportunidad.

La batalla contra los bancos y los nuevos aliados

En paralelo, apareció una noticia que generó ruido: J.P. Morgan y Citigroup estarían estructurando un fondo de USD 20.000 millones para la Argentina. No hay información oficial, pero todo indica que no se trata de un préstamo directo, sino de un esquema para recomprar deuda en el mercado secundario.

En términos simples: con 5 000 millones se pueden comprar 9 000 o 10 000 en bonos, porque los precios están deprimidos. Si eso sucede, los bonos subirían, bajaría el riesgo país y el Gobierno mostraría una victoria simbólica. Pero hay algo más profundo detrás de esa jugada.

El Gobierno mantiene una guerra abierta con los bancos locales. Al cerrar la ventanilla de liquidez – esa red de instrumentos que desde la convertibilidad permitía sostener balances – los dejó sin una de sus principales fuentes de rentabilidad. Hoy, las entidades enfrentan pérdidas importantes. Las dos entidades de capital nacional más grandes, perdieron unos USD2.500 millones en valor de activos en los últimos meses.

En ese contexto, la aparición del J.P. Morgan y el Citi funciona también como un mensaje disciplinador: “si los bancos locales no acompañan, vendrán otros jugadores globales que los reemplazarán”. 

Es una forma elegante de poner las condiciones sobre la mesa. El presidente del J.P. Morgan visita estos días Buenos Aires, algo que no ocurre todos los días. En la jerga diplomática, eso vale más que un comunicado.

El tercio y la gobernabilidad

El otro eje de incertidumbre pasa por el Congreso. Si el oficialismo no logra alcanzar el tercio propio de diputados, pierde su última defensa para sus vetos legislativos o ante un eventual juicio político. 

Si no alcanza ese tercio, lo más probable es que los operadores individuales de los mercados desarmarán todo o parte de sus posiciones. Quien invierte con dinero propio o ajeno preferirá salir, esperar la corrección a la baja de los activos y volver a entrar con mejores precios. O no reingresar si no hay garantías. En ese escenario, la única red de contención será la geopolítica, es decir el apoyo internacional, especialmente de Estados Unidos. Pero no habrá fundamento económico que sostenga las valuaciones si el resultado electoral es muy adverso.

En un país como la Argentina, entender o tratar de entender debajo de la superficie, no es un lujo técnico, sino que se trata de un acto de supervivencia.



jueves, 9 de octubre de 2025

FMI y la Argentina: nunca tan cerca, siempre tan lejos.

 La economía no puede reducirse a un ejercicio de obediencia social

Diego Dequino

08/10/2025

(también en Comercio y Justicia)

Por estas horas, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, se refirió al caso argentino con una frase tan breve como reveladora: “El éxito del programa de ajuste dependerá de lograr que la gente acompañe”.

Más allá de la aparente inocencia diplomática, la afirmación encierra una distorsión conceptual preocupante. No es que la gente debe “acompañar” un programa económico. Sino el programa es el que debe ser lo suficientemente correcto, coherente y eficaz como para merecer el apoyo ciudadano. 

Pretender invertir esa relación es desconocer la soberanía de las decisiones nacionales y reducir la economía a un ejercicio de obediencia social.

El Fondo, en su rol de acreedor multilateral, debería concentrarse en lo que le compete, como por ejemplo comprender mejor la naturaleza estructural de la economía argentina, particularmente su bimonetarismo crónico, y ajustar sus estimaciones macroeconómicas, que históricamente han demostrado un sesgo sistemático de error. 

Preocupan, entonces, aquellas declaraciones que agregan confusión política y ruido técnico a un contexto ya saturado de incertidumbre.

Confundir flujos con stocks

En paralelo, el gobierno argentino continúa atrapado en una estrategia financiera que intenta resolver problemas de flujo con recursos de stock. En términos simples: sigue consumiendo dólares, sin importar de dónde provengan, para sostener la cotidianidad.

Es una lógica demasiado parecida a quien usa ahorros propios, prestados y de terceros para pagar los gastos corrientes.


Desde el blanqueo de capitales del año pasado, pasando por la baja de retenciones, los “repos” del Banco Central, los nuevos desembolsos del FMI, los adelantos del BID y el Banco Mundial, y los bonos BODEN 2030 en pesos suscriptos en dólares, el resultado es el mismo: en menos de un año, el país consumió unos 33 mil millones de dólares, a un ritmo de 3 mil millones mensuales.

Una política que, aunque pueda parecer exitosa en el corto plazo, no resuelve la ecuación real ¿cómo generar un flujo sostenible de divisas sin recurrir a remiendos financieros sistemáticos?

En Washington el debate parecería girar en torno a una disyuntiva del tipo ¿ayudar a la Argentina para que su economía funcione, crezca y produzca los excedentes que necesita; o simplemente ayudar para permitir que la situación continúe?

Opacidad y desconfianza

A esta altura, ni siquiera los profesionales del sector podemos establecer con precisión cuánto interviene el Tesoro Nacional en el mercado de cambios. Desde que se desarmaron las LEFI, se desdibujó uno de los pocos activos que tenía el gobierno: la transparencia financiera.


Hoy el Banco Central comunica oficialmente, de manera diaria, que no interviene.

Pero con datos indirectos ya sean por filtraciones, cálculos cruzados, observación de cuentas del Tesoro, se deduce que existen ventas con pérdidas diarias que acumulan una cifra cercana a los 1.700 o 1.800 millones de dólares en las últimas dos semanas.


El problema, entonces, no es solo contable sino de confianza. Sin información clara, los analistas, los mercados y los organismos internacionales operan sobre conjeturas. Y con ello la incertidumbre entre los ciudadanos de a pie seguirá creciendo.

En ese punto, la Argentina se comenzó a parecer demasiado a la última etapa de Sergio Massa en el año 2023 como ministro de economía, cuando la manipulación de datos financieros intentaba sostener una ficción de proyecciones para mostrar estabilidad.

La política detrás del silencio

A 80 días de haber cerrado la ventanilla de liquidez del sistema bancario, el crédito se paralizó, las tasas se dispararon y la volatilidad del tipo de cambio volvió a marcar el pulso de la economía real.

En este contexto, el enfriamiento económico dejó de ser una hipótesis. A la caída de la demanda se le suma el deterioro de las expectativas, con lo cual cada vez se tornan más difícil las decisiones de inversión.

El gobierno deberá, tarde o temprano, asumir el costo político de sincerar la situación. Probablemente implique un cambio o ajuste en el modelo económico o incluso en el Gabinete. Pero seguir estirando la ambigüedad solo agrava la erosión de credibilidad.

A dos semanas de las elecciones, todo parece indicar que la prioridad es no mover ninguna pieza que altere el tablero político y el precio lo seguirá pagando la economía real: las empresas, los trabajadores, los consumidores y la confianza en el futuro.


miércoles, 1 de octubre de 2025

Especulación versus crédito

Argentina entre la especulación y la necesidad de crédito

26/09/2025

Diego Dequino

Especial para Pago TIC


En estos días, el anuncio de un acuerdo de asistencia financiera entre Estados Unidos y la Argentina sacudió al mercado como pocas veces se ha visto. Bastó un tuit del secretario del Tesoro norteamericano para que se dispararan los bonos, bajara el riesgo país y se desinflaran, al menos por un rato, las tensiones cambiarias. Lo curioso es que todavía no está del todo claro qué se firmó, ni con qué letra chica. Pero el mercado reaccionó igual, casi con reflejo condicionado.

Más allá del entusiasmo inicial, conviene analizar qué hay detrás de este salvavidas. Se discuten tres mecanismos posibles. El primero, y a mi juicio el más relevante, es que Estados Unidos compre bonos soberanos argentinos en el mercado secundario. Si eso ocurre, y lo hace en volumen —digamos 8, 10 o 15 mil millones de dólares—, el riesgo país podría caer por debajo de los 600 puntos. Esa sola acción nos permitiría volver a los mercados voluntarios de crédito, renovar vencimientos de capital y pagar únicamente intereses. Lo óptimo es que esas tenencias vayan hasta el final del vencimiento de cada título. 

El segundo mecanismo es un swap de monedas. Algo similar a lo que ya tenemos con China, pero esta vez con dólares. Se trata de una línea de crédito recíproca, o una nota de crédito abierta ente USA y Argentina, dólares y pesos se intercambian en asientos contables. Los swaps son acuerdos de plazo definido, pero renovables. Nuestro intercambio comercial con USA es relativamente poco, a diferencia que con China, pero el gesto político es poderoso y le daría más libertad al Banco Central en la administración de reservas.

El primer y segundo mecanismo no implican técnicamente un aumento del endeudamiento externo del país.

La tercera posibilidad, más difusa, es una línea de crédito directa. Pero de los papeles que circulan no se desprende que eso vaya a ocurrir. En todo caso, sería nueva deuda, y esto conlleva el riesgo natural para un país que viene encadenando compromisos sin resolver, sumado a que muy probablemente profundizaría la grieta política en el Congreso.

Las bandas y los anabólicos

Muchos se preguntan: ¿y el dólar? En el corto plazo, hasta las elecciones de octubre, el gobierno intentará mantenerlo en una suerte de “corredor de bandas”. Después, quizás, se libere un poco más. Pero no nos engañemos: el mercado cambiario argentino está inflado con anabólicos.

¿Qué quiero decir con esto? Que buena parte de la oferta de dólares en el último año no provino de la economía real, sino de operaciones extraordinarias: blanqueos, préstamos puntuales del BID, del Banco Mundial, un crédito extraordinario del FMI, colocaciones de bonos pagaderos en pesos pero suscriptos en dólares, REPO -empeño de títulos por dólares- del Banco Central. Es decir, dólares prestados o adelantados que se inyectaron artificialmente. Mientras tanto, el gobierno no compró reservas cuando pudo haberlo hecho. Es probable que dejó pasar unos 8.000 millones que estaban al alcance de ser comprados en este 2025. Eso significa que, si mañana se retiran los anabólicos, veremos el verdadero tipo de cambio de equilibrio.

La tasa y la “tabla salvavidas” de la clase media

Otro tema central es la tasa de interés. El Banco Central en esta semana la bajó en su referencia al 25% anual, luego de haber tocado valores del superiores al 70% en semanas anteriores. A primera vista, parece razonable: una tasa más cercana a la inflación proyectada del 29% para este 2025, esto ayudaría a reactivar el crédito. Y el crédito es la tabla salvavidas de la clase media. Cuando los ingresos no alcanzan, la familia apela a la tarjeta, al crédito personal, al hipotecario o al prendario para sostener consumo o acceder a un bien duradero.

Lo mismo ocurre con las empresas: sin crédito, la reconversión productiva es una quimera. Compiten dañadas frente a rivales globales más eficientes y sin la posibilidad de financiar una transición. En la Argentina, el volumen de crédito es bajísimo. Milagrosamente, la economía argentina funciona con niveles de apalancamiento exiguos, irrisorios, que en otros países serían inviables.

El problema es que el gobierno, hace 60 días, desarmó las letras fiscales, que eran la ventanilla de liquidez del sistema. Eso dejó en el aire en pesos el equivalente a 12 - 14 mil millones de dólares y desató la tormenta. El crédito, que venía creciendo despacio, se cortó en seco. Una decisión que, desde lo profesional, cuesta entender.

La economía real: el elefante en la sala

Con tanto ruido financiero, corremos el riesgo de olvidarnos de lo esencial: la economía real. Y ahí las noticias no lucen buenas en la coyuntura. El indicador adelantado del PBI ya marca entre los dos primeros trimestres de 2025 caída en la tendencia ciclo, eso que implica que la serie está pegando la vuelta está preanunciando al menos dos trimestres de caída, veremos cuanto es la profundidad o si es tocar valle. Los autoservicios mayoristas llevan 24 meses consecutivos en baja, desde julio 2023, arrastrando a los almacenes de barrio. Los supermercados, que habían rebotado tras la paliza de 2024, volvieron a caer en los últimos tres meses entre mayo, junio y julio 2025. La industria, que había mostrado señales de recuperación, se enfría otra vez.

Estas señales están ligadas a Estado que se retiró abruptamente: frenó la obra pública, despidió a más de 50.000 empleados, recortó salarios públicos reales entre 15 a 18 puntos y licuó jubilaciones en al menos 7% comparado con valores muy bajos de 2023. El ajuste, en ese sentido, es innegable. Pero si a esa poda de la demanda agregada no se la compensa con crédito barato y accesible, la transición se convierte en un darwinismo económico: sobreviven pocos y el resto queda en el camino.

El dilema argentino

Estamos, entonces, frente a un dilema. Por un lado, un shock de confianza financiera —impulsado por el aval estadounidense— que puede calmar la fiebre especulativa. Por otro, una economía real que se enfría peligrosamente. Si la asistencia externa se limita a comprar tiempo sin reactivar el crédito interno, el riesgo es claro: un veranito financiero y un ¿largo? invierno productivo.

Argentina no necesita elegir entre oferta o demanda, entre mercado o Estado, como si fueran polos irreconciliables. Necesita equilibrio. El Estado debe retirarse de los excesos, de la presión fiscal excesiva, sí. Pero no puede hacerlo dejando sin oxígeno a la economía real. Y el crédito es la parte vital de ese oxígeno.

La previsión es que las próximas semanas serán especulativas. Habrá ganadores y perdedores en el mercado financiero. Pero lo que definirá nuestro futuro no es si el riesgo país baja 200 puntos más o menos, sino si logramos reconstituir la capacidad de financiar familias y empresas. Porque sin crédito no hay transición posible. Y lo único cierto al momento es que, guste o no, estamos en plena transición.