Nota al lector: El presente documento fue elaborado durante febrero de 2002, impulsado por la inquietud en encontrar argumentos que permitieran desarrollar una explicación, al igual que otras de la época, a la muy díficil situación social, política y económica que atravesaba la Argentina en aquél momento. En este final de año 2014, simplemente realizamos una relectura y apenas una actualización de fechas debidamente señaladas entre paréntesis en cada caso. Esta republicación la realizamos dado que consideramos que el contenido fue asumiento una actualidad y vigencia durante 2013 y 2014 que augura -lamentablemente- un nuevo final de ciclo económico en el manejo de la política económica similar a lo ocurrido entre 1976 hasta 2002. El documento como observarán se ocupa de bucear en los procesos de pensamiento y poder antes que en la receta o política económica que se elija. El drama colectivo argentino consiste en última instancia en lograr la consistencia de largo plazo en los acuerdos antes que la mejoría o acierto puntual en materia de política económica.
La mirada plácida sobre cómo otros resuelven o desmejoran la realidad material y social de los ciudadanos consideramos que es al menos un acto de irresponsabilidad profesional. Por ello intento conmover a los colegas de la economía a que sean responsables en sus procesos de adoctrinamiento así como en los momentos de acceso al manejo de las herramientas de la política económica, sean de la Nación, de las Provincias o de un Municipio.
Córdoba, 28 de diciembre de 2014
Coyuntura y pensamiento económico:
Política económica para nuevas generaciones
Buenos Aires, Febrero de 2002
Córdoba, Diciembre 2014
Diego Dequino
I. Introducción
La historia de las sociedades modernas puede explicarse
apenas en una pequeña porción por factores exógenos o ajenos al dominio de
quienes la constituyen. La mayoría de las variables que permiten interpretar,
explicar y predecir la travesía temporal de una nación o grupo de personas
asociadas de forma más o menos permanente en el marco de una sociedad
capitalista residen en universos analíticos definidos primordialmente por el
comportamiento de los individuos que la componen. Las instituciones, las
reglas, las normas, las pautas culturales, el modus de la organización, etc.
constituyen en este nivel de análisis convenciones, las cuales aparecen en
mayor o menor grado como elementos dados o predefinidos para la propia
sociedad.
La crisis o tensión social que atraviesa la Argentina por
estos días empuja de forma sostenida e indiscriminada hacia la superficie del
conocimiento social una sucesión de elementos disímiles que tienen como rasgo
común adjudicarles la culpabilidad en grado variable de los acontecimientos
adversos que sufre nuestra sociedad. La agenda de los elementos culpables
oscila de forma permanente en los últimos meses entre individuos con
responsabilidades institucionales, las propias instituciones previstas por
nuestro plexo normativo, los agentes económicos relevantes de nuestra
organización social, los agentes económicos que detentan una porción del
capital colectivo y en última instancia[1]
las propias reglas que expresan e imponen la convivencia ordenada y pacífica de
todos los ciudadanos.
En líneas generales, los elementos-causas de la
crisis identificados por el conocimiento social están obteniendo de forma
paulatina y desde la misma sociedad, un orden jerárquico en cuanto a responsabilidades.
Los elementos-causas primeros estarían en la actualidad concentrados en
torno a dos ejes: el fracaso de toda una generación de dirigentes políticos; y
la aplicación de recetas o reglas de política económica que por lo menos pueden
atribuírseles el adjetivo de equivocadas. En un segundo orden de jerarquía,
progresivamente se van agrupando el resto de los elementos-causas
mencionados, tendiendo a ser éstos interpretados como un subproducto o
consecuencia de los primeros.
La escasa rigurosidad de la
descripción, no le quita validez a la misma, en la medida que acordemos que la
necesidad por estos días no es ajustar ningún modelo teórico a nuestra
realidad, sino encontrar las pistas del deseo colectivo en torno a esquemas de
organización social sustentables. Analizar desde un punto de vista científico
la crisis social de nuestro país en la historia reciente y su coyuntura es un
ejercicio condenado al fracaso, no sólo por la complejidad y diversidad de las
variables intervinientes, sino –y fundamentalmente- debido a que los
acontecimientos están aún en plena ocurrencia.
En otros términos, considerar que
los modelos de conocimiento existentes son autosuficientes para explicar y
–fundamentalmente- resolver la crisis de nuestro país es negar la realidad que
atravesamos y su historicidad, aunque esto es avanzar en la tesis principal que
presentaremos más adelante.
II. La evidencia indirecta
Quienes apuestan a encontrar las
respuestas para la situación actual de nuestro país, en el análisis estilizado
de los acontecimientos principales que marcaron los últimos 40 (actualizado 2014) años de la realidad
argentina, no se equivocan. Existe una suerte de nexo aparente entre los elementos-causas
primeros citados y los acontecimientos de la historia reciente.
Los dirigentes políticos formados
en el rigor de la militancia de los años setenta con todas las variantes
ideológicas contenidas en aquel momento, y que sobrevivieron literalmente a la
represión de esos años, son una suerte de fotografía en blanco y negro de los
coloridos dirigentes actuales que tiene nuestra sociedad. Quien podría negar
semejante evidencia en la medida que son las mismas personas aquellas y éstas;
que las estructuras políticas son básicamente las mismas, aunque con variantes
más nominales que reales; que la agenda de la política aparece ser la misma
aunque velada detrás de un lenguaje más aggiornado (v.g. autoderminación
de las decisiones-liberación del imperialismo vs. globalización e integración
al mundo-disciplinamiento detrás de los países centrales). No es nuestro
interés analizar esta especie de fenómeno aparente ligado a la Política,
según la distinción analítica que nos impone por estos días el conocimiento
social. Si bien esta categoría no aparecería como un aspecto secundario
del problema actual, consideramos que su análisis es de alguna manera
inconducente en la medida que los dirigentes son los que están y en tal sentido
constituyen un dato de la realidad. Cambiar esta situación no depende de forma
directa del examen del modelo de representación política argentino, sino más
bien de los acontecimientos que se impongan en la propia sociedad, de forma más
o menos rápida, más o menos radical.
El segundo elemento-causa
identificado por el conocimiento social actual como origen de la crisis de la
Argentina, es el constituye nuestro interés inmediato. La aplicación de recetas
o reglas de política económica que como mínimo fueron equivocadas o
inapropiadas, aparece como una categoría muy especial. Las recetas o reglas
económicas constituyen, a nuestro entender, la piedra angular de un modelo
general de análisis. El sentido de ésta afirmación no es descubrir o debatir
acerca de la receta o regla más apropiada que facilitaría la implementación de
un modelo general de análisis y acción sobre la realidad económica y social.
Por el contrario, el orden propuesto es el inverso, el modelo general de análisis y acción debería ocuparse de desarrollar
los mecanismos necesarios para generar las reglas y recetas de mayor
idoneidad relativa para maniobrar sobre la realidad de nuestra sociedad[2].
Las políticas económicas
específicas aplicadas en nuestro país, como valores únicos que puede asumir una
variable dentro de un modelo, tienen la particularidad de reunir de forma
unánime el consenso de todos los actores sociales. Pero no el consenso en el
sentido de acordar sobre la calidad de su contenido y de sus resultados, sino
el consenso en la significación de ser el eje de todas las opiniones que
gobiernan las discusiones acerca de la realidad social y económica de nuestra
Nación. Discusiones en las cuáles participan todos los actores sociales que
tienen mayor o menor participación en la vida de nuestro país, incluyendo por
supuesto a las instituciones que los representan. Ello comprende no sólo los
partidos políticos, las asociaciones de sectores de la sociedad, las
instituciones extranjeras que tienen vínculos estrechos con nuestro país
–incluyendo organismos multilaterales de créditos, países extranjeros, etc.-,
sino también a los individuos prominentes –expertos, personalidades públicas,
etc.- y los individuos comunes de nuestra sociedad.
III. La evidencia directa
Considerar un período de tiempo
específico para centrar el análisis de la política económica es una distinción
arbitraria, ya sea porque no barre con todos los antecedentes necesarios,
porque el corte temporal deja truncos o inconsistentes parte de los argumentos
y de sus variables contenidas, o porque puede descontextualizar de forma
caprichosa la conclusión del análisis. Aunque el período de tiempo específico
que aquí elegimos para analizar la política económica puede aparecer como
antojadizo, la valoración de la elección realizada debe hacerse a la luz de que
el objeto de análisis no es la política económica sino la génesis intelectual
de la misma.
Tomando como base los últimos 35 o 40 años (actualizado 2014) las recetas o reglas
económicas aplicadas en nuestro país, cualquiera fuera el signo político que
las llevo adelante, cualquiera fuera la ideología que las sustentó[3]
o el grado de éxito–fracaso de la misma, es posible identificar algunos rasgos
comunes. Particularmente vamos a detenernos sobre dos de ellos. Uno si se
quiere de carácter endógeno propiamente dicho, y el segundo más próximo a lo
que se conoce como dato exógeno de un modelo.
El rasgo endógeno
Todas las medidas de política
económica llevadas adelante en nuestro país durante las décadas de los ’70,
’80, ’90 y 2000 hasta la actualidad (actualizado
2014) tienen como rasgo común el modelo de acumulación intelectual que se
encargo de diseñarlas, impulsarlas en los ámbitos de poder adecuados y cuando a
su turno llegó la oportunidad, implantarlas. Este aspecto constituye la primer
evidencia, y es de carácter general.
Este modelo de acumulación
intelectual, fue[4] único
y general, no porque la ideología fuera la misma o porque las políticas
deducidas fueran semejantes, sino porque el modo de generación intelectual de
los contenidos fue equivalente. Las políticas económicas aplicadas desde la
década del ’70 en adelante por supuesto que tuvieron signo político e
ideológico distinto, aunque en lo fundamental todas constituyeron variantes
dentro de un modelo económico y social donde la distinción mayor tuvo que ver
con el rol asignado al Estado.
El modelo de acumulación
intelectual único y general al que nos referimos no está evidenciado por la
calidad de los contenidos de la política económica deducida del mismo, sino por
la génesis de esos contenidos. Es posible preguntarse, por ejemplo, ¿qué tienen
en común los individuos o equipos en los cuales se descansó la responsabilidad
de conducir la política económica durante todos estos años?, o en términos más
estrictos ¿cuál es el rasgo común de los Ministros de Economía de la Argentina
y sus equipos que durante las últimas 4 décadas largas se encargaron de
implantar programas económicos ambiciosos, intentando reformar de forma más o
menos extensa del funcionamiento de toda la economía? La respuesta no es obvia,
ni mucho menos.
La característica común a todo
ellos es su pertenencia a grupos muy concretos de individuos que trabajando de
forma más o menos intensa, en mayor o menor tiempo, fueron capaces de
desarrollar una agenda de problemas críticos de la sociedad y el Estado, así
como una secuencia de recomendaciones de política a implementar para solucionar
los primeros.
Estos grupos, tuvieron
diferencias. Las más notorias, cuando la
orientación ideológica fue dispar. Las más evidentes, cuando existía una
orientación o contención política distinta. Las más agrias, cuando coincidían con
el diagnóstico, pero disentían sobre las herramientas para la resolución.
Los grupos de intelectuales más notorios vinculados a la economía durante
todos estos años, se agruparon en torno a ciertos ejes comunes que, insistimos,
no se vincula con formatos ideológicos comunes sino con una ideología
compartida del conocimiento. En particular, los ejes factibles de
identificar son cuatro en un corte transversal y uno en el longitudinal. Este
aspecto constituye la segunda evidencia, de carácter específica.
Los ejes no temporales comunes se
vinculan a una creencia, justificada por cierto, de que el conocimiento de la
realidad económica y social de un país se relaciona más con una suerte de
iluminismo que con el saber compartido. Los ejes identificados:
·
A) Un espacio común de trabajo, con mayor o
menor financiamiento para llevarlo adelante, bajo un formato divorciado en lo
formal de los partidos políticos y/o de otro tipo de instituciones
representativas de la sociedad. Estos espacios asumieron la forma de
fundaciones, asociaciones civiles, entidades de formación educativa muy
específica, etc.
·
B) Un importante componente de afinidad
ideológica y de relaciones personales, muchas veces alentado por procesos de
formación académica comunes.
·
C) Una mezcla importante de conceptos de
vanguardia en la identificación y análisis de los problemas relevantes de la
sociedad, así como de un mesianismo característico al momento de implantar las
soluciones propuestas.
·
D) El éxito contrapuesto la fracaso. El éxito es
recurrente al momento de formar la agenda de problemas, realizar las
descripciones de cada uno de ellos, proponer las soluciones y obtener los
espacios de poder necesarios en el Estado para llevar adelante las políticas
previstas[5].
Seguidamente, en mayor o menor tiempo, el fracaso categórico de las políticas
implementadas; ya sea por factores exógenos o propios, previsibles o
imprevistos, manejados o impuestos, pero
siempre fracasos para el conocimiento social o jalones negativos de la memoria
colectiva.
En el sentido temporal, el eje
común del modelo se vincula a un patrón de formación intelectual compartido.
Para este patrón común, el conocimiento sobre economía y especialmente sobre
política económica es directamente proporcional a la cantidad de tiempo destinado
al estudio de la misma. Si bien ello es inequívocamente cierto para lo primero
– la economía -, no es necesariamente acertado para lo segundo[6],
es decir para la gestión económica.
Mientras la economía es asimilada
como una ciencia en el sentido de identificar problemas, absorberlos dentro de
un marco teórico, modelizarlos en la medida de lo posible con el soporte de
sistemas axiomáticos y reglas de deducción, y predecir consecuencias o
resultados probables. La política económica o la gestión económica se aproxima
más a lo que se entiende como técnica o en el peor de los casos al arte cuando
no se encuentran respuestas para explicar unívocamente sus éxitos o fracasos.
La política económica, como tal no es un ejercicio en abstracto sino la suma de
decisiones concretas y cotidianas que alteran o sostienen un sinnúmero de
relaciones económicas establecidas en el ámbito de una sociedad.
El rasgo exógeno
La década de los ’70 alumbró una de las revoluciones más
importantes de la historia del capitalismo occidental. Una revolución que tuvo
poco de política en el sentido más estrecho del término y se aproximó más a lo
que habitualmente se entiende como “descubrimiento”, aunque ello sea un
concepto erróneo. La aparición sorpresiva en la sociedad de las nuevas
tecnologías de la información, estuvo acompañada por la usualmente conocida
“revolución del conocimiento”.
No es nuestro objeto debatir acerca de los orígenes de la
misma o de cuál fue la génesis y el proceso de maduración intelectual previo,
pero sí es relevante remarcar que a diferencia de todas las revoluciones
tecnológicas producidas con anterioridad, en ésta poco tuvo que ver la
casualidad o el azar. La llamada revolución del conocimiento es seguramente la
revolución más cuidadosamente planeada desde la existencia del capitalismo.
Esta revolución que alteró de forma radical el modo de
generar, almacenar, transmitir y procesar la información comenzó a perturbar
los patrones de conocimiento existentes durante más de dos siglos en las más
variadas disciplinas del conocimiento científico así como en segmentos cada vez
más amplios de la sociedad. Este proceso no ha concluido aún y es difícil
prever si concluirá en algún momento. Lo cierto es que durante las décadas de
los ’80 y los ’90 se advirtió una suerte de aceleración progresiva del cambio y
su irradiación hacia distintas esferas de la sociedad.
Las nuevas y cada vez más
modernas tecnologías no representan solamente más información, mejores datos o
mayor velocidad de acceso a los mismos, sino que impactan en el centro mismo de
la estructura del pensamiento humano: el lenguaje y su utilización. Es un error
común considerar a éstas tecnologías de la información -de forma metafórica,
por supuesto- como elementos ortopédicos del pensamiento humano, o como
herramientas menores para asistir el proceso de razonamiento y decisión. Vale
insistir, esta revolución del
conocimiento ha llegado para quedarse precisamente porque es parte integrante
de la estructura del lenguaje. Este aspecto constituye la tercera
evidencia, y es de carácter general.
Corresponde preguntarse ¿qué ocurrió con la economía como
disciplina, con el pensamiento económico moderno y más específicamente con el
diseño e implementación de la política económica, mientras el modo de
aprehender el conocimiento estaba[7]
en pleno proceso de modificación?.
Es difícil establecer como afecta actualmente a esferas
específicas del pensamiento una alteración en la estructura del lenguaje que lo
sostiene, debido que este constituye un ejercicio apriorístico en la medida que
el cambio se encuentra en pleno proceso. De todas maneras consideramos
conveniente arriesgar algunos elementos que permitirían acercar el estado
actual de la cosas.
Considerando que la revolución del conocimiento se
potenció e irradió a partir de la institución de un cambio sostenido en las
tecnologías de apropiación de la información, se tendería a considerar que la
primer esfera afectada de las tres mencionadas sería la política económica,
debido a que contiene fundamentalmente las características de una técnica.
Seguidamente el pensamiento económico
como ejercicio de recopilación, discusión y sistematización del conocimiento.
Por último, la economía como disciplina, capaz de someter la “nueva
información” a una modelización adecuada con el estado de la técnica[8].
Pero los indicios disponibles señalan todo lo contrario.
Durante las décadas analizadas la nuevas tecnologías
comenzaron como una “muleta” intelectual solamente del pensamiento económico
moderno. La posibilidad de compilar y procesar datos en gran escala y con
velocidades cada vez más sorprendentes permitió probar y poner a punto modelos
de análisis económico cada vez más complejos desde el punto de vista
matemático-formal. Ello empujó el desarrollo de campos específicos dentro del tejido intelectual mayor que
contiene la economía, tales como la estadística económica, la econometría y
nuevas herramientas de explotación de la información que funcionan como
soportes absolutamente idóneos de la disciplina.
En la economía como disciplina el resultado final del
proceso aún no es posible adivinarlo. Aunque si es posible prever que la
disciplina como conjunto no podrá permanecer por mucho tiempo indemne al
formidable desarrollo, que como mínimo, se está llevando a cabo en sus
herramientas principales. En la bibliografía producida en la actualidad por
quienes se dedican a los aspectos más teóricos de la economía, comienza a
aparecer de forma marginal una tensión manifiesta entre lo que podría llamarse
el “viejo” y el “nuevo” orden en el pensamiento económico. La eficaz
incorporación al diseño y gestión de la economía financiera de profesionales
provenientes de las disciplinas más duras del pensamiento científico como la
matemática y la física, constituyen una evidencia en este sentido. El esfuerzo
destinado por algunos de los intelectuales más notables de la economía a
debatir acerca de la validez de utilizar modelizaciones sencillas “pero
efectivas” para explicar el comportamiento económico aparece como un ejercicio
velado de defensa del futuro “viejo” orden del pensamiento. La carencia de
idoneidad en la utilización de las herramientas más modernas por parte de los
economistas reconocidos y escuchados es un anticipo de las inconsistencias que
serán difíciles de sostener en el futuro.
La política económica llevada
adelante en nuestro país durante las últimas tres décadas, en el sentido de la
técnica asociada al diseño de reglas, esquemas e instrumentos que fijan,
alteran o sostienen las pautas relevantes del funcionamiento de la economía no
parece estar sujeta a variaciones equivalentes a las ocurridas en el ámbito del
pensamiento económico moderno y de la economía como disciplina. Ello representa
la cuarta evidencia, y es de carácter específica.
Si la disciplina y el pensamiento económico no permanecen
al margen de la revolución del conocimiento, ¿por qué debería estarlo la
política económica? Aunque parezca extraño, en nuestro país así ocurre. Con muy
raras excepciones, todas las medidas de política económica ejecutas a lo largo
de las décadas mencionadas fueron diseñadas y tomadas en el marco de los
modelos tradicionales de análisis económico. En otros términos, las medidas de
política económica más importantes ejecutas en la Argentina están fundadas en
aspectos elementales de los textos de los manuales de economía disponibles en
cualquier librería. Cabe preguntarse ¿es posible instrumentar medidas de
política que reformen de forma extensa el funcionamiento económico de una
sociedad, a partir de modelizaciones forzosamente sintéticas?, o en otros
términos ¿es factible tomar medidas de política económica en función del
análisis –idóneo, por cierto- de unas pocas variables económicas y series
estadísticas de escasos registros, cuando los agentes económicos comunes toman
sus decisiones en base a decenas de variables y los agentes más calificados en
base a centenas de ellas sobre series estadísticas extensas?.
Responder a estas preguntas desde el ejercicio teórico
tendrá seguramente sus matices, aunque es difícil advertir la respuesta
correcta cuando el marco de desempeño del lenguaje está en plena modificación.
Si la certeza de la respuesta estuviera otorgada por los resultados de la
acción de la política económica, no cabe duda que el resultado sería negativo.
Si bien diseñar medidas de política económica puede ser un
ejercicio puramente en abstracto, implementarlas es un ejercicio de gestión
concreta, donde el grado de legitimidad de la medida será más imprescindible
cuanto más extensa sea la reforma planteada, quedando el nivel de éxito de la
misma como una valoración relativa del deseo colectivo.
[1] Y más
peligroso por cierto.
[2] Por
supuesto que ésta propuesta contiene una valoración específica acerca de la
idoneidad de las reglas o recetas económicas. Esta valoración intentaremos
explicarla a lo largo del documento, aunque cabe aclarar que la idoneidad es un
concepto cuyo valor debe ser autogenerado por el modelo.
[3] De forma aparente o real.
[4] Aún lo es.
[5]
Convenciendo en algunos casos a quienes detentan el poder del Estado.
Imponiéndose en otros, cuando las presiones sobre la decisiones del Estado
están permeadas o cuando el gobierno carece de alternativas, ya sea porque la
realidad no las “otorga” o porque el propio gobierno carece de toda agenda
propia.
[6] Así
como en un imaginario patrón contrapuesto de valoración del conocimiento, si
bien la acumulación de experiencia sólo es aplicable en el caso de la política
económica, ello no significa que a mayor experiencia mejores serán los
resultados.
[7] Y aún está.
[8] Este
orden no es necesariamente obligatorio. Lo más probable es que la tres esferas
se vean afectadas de forma simultánea o en subgrupos durante lapsos específicos
de tiempo. De hecho la historia de las diversas disciplinas científicas y sus
modelo teóricos, transitaron caminos con sentidos iguales al descripto,
inversos o intrincadamente zigzagueantes. Lo cierto es que la jerarquía del
cambio tecnológico, su reciente puesta en marcha y su inacaba conclusión
refuerzan la idea que la primera alteración debería situarse en la esfera de
mayor contenido técnico de la economía.
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