Tres Ingredientes Útiles
para Gobernar: Empatía, Argumentos y el Misterio del Carisma
Lic. Diego Dequino
Los
deseos de solución de los ciudadanos respecto de aquellos problemas más
acuciantes que los alcanzan: seguridad y justicia; transporte y caminos;
inflación y empleo; educación y salud; derechos civiles; vivienda digna entre
otros, suelen depositarse en personas que ambicionan conducir el Estado. Las
personas que pretenden administrar la
política pública son responsables de lograr diseñar el conjunto de herramientas
y equipos necesarios para implementar soluciones a los problemas que los
ciudadanos señalan como urgentes en el marco de una agenda pública. Este diseño
instrumental no es otra cosa que un gobierno, el cual debe ser inserto en un
espacio temporal definido, cuatro años por lo general, y en un contexto
histórico en particular.
El
conjunto compacto de problemas que un gobierno decide afrontar en función de
administrar los consensos colectivos, los recursos y las herramientas que se
aplican para remediarlos, pueden admitir variantes de proporciones en cuanto al
volumen o calidad de la solución, así como a cuál mayoría decide responder con
la solución implementada.
Podemos
admitir en tales términos, que pueden existir variantes no solamente en la
solución específica administrada como en el reconocimiento de la mayoría de
ciudadanos beneficiados.
Es
importante advertir que la mayoría de los ciudadanos puede comenzar en el
porcentaje justo para imponerse en una decisión, lo cuál podrá ser quizá 1/4 o
1/3 de los ciudadanos dependiendo como se distribuyen los grupos de interés en
la solución o entre los afectados por el problema, hasta la llamada mayoría
absoluta, es decir 50% más un ciudadano. Pero en todo caso, siempre la sociedad
tendrá una porción de ciudadanos que no se benefician con la solución o que su
problema no se resuelve.
De
igual manera, es factible comprender a priori que pueden existir mecánicas de
solución distintas a idénticos problemas, cada una con sus ventajas y
desventajas, pero distintas y diversas en tanto la mecánica como en la calidad
de la solución.
Es
decir, definidos los problemas puede razonarse a priori que existirán diversas
opciones de solución. Cada opción deberá tener características definidas, así
como ventajas mensurables y aspectos de verificación de la solución
instrumentada.
La
gran varianza que puede preverse en cuanto a ciudadanos alcanzados por las
soluciones, así como las indeterminadas opciones de política para resolver cada
problema abordado, plantean un dilema para la conducción del Estado. En efecto,
desde una mayoría justa en un escenario de opiniones fragmentario hasta un
cuasi totalidad de los ciudadanos beneficiados, desde soluciones brutales hasta
otras muy refinadas, percibimos que la brecha en la cual puede desarrollarse un
gobierno en cuanto a política pública es enorme en términos teóricos al punto
de asustar a quien reflexione sobre ello.
Esta
brecha teórica se reduce drásticamente, es decir se transforma en un margen predecible
y ajustado para cualquier ciudadano debido a tres elementos que las Sociedades
interponen -desde la Revolución Francesa
y de la Revolución Industrial
en adelante-, entre los problemas de la población y las soluciones de gobierno:
las leyes en cuanto delimitan los márgenes de aquello que es imposible; la
ideología en cuanto aglutina los pensamientos que pueden ser sostenidos en cada
etapa de la Sociedad
sin reñirse con el futuro de la
Sociedad misma; y las propias organizaciones políticas en la
medida que son capaces de reunir a las personas para ocupar el Estado y
conducir el gobierno.
Elementos
útiles para formular un Teorema sobre Liderazgo Político
Ahora
bien, en ningún caso se deduce cuales son las claves de un proceso político
exitoso, medido éste no por sus resultados electorales ni por su permanencia en
el gobierno del Estado, sino por una medida más etérea pero más exacta del
resultado político de la gestión: su capacidad para perforar los ciclos
históricos que registra la
Sociedad en cuanto facilita una mejora en la condición global
histórica de la misma.
Para
ilustrar a qué nos referimos podemos decir que en el plano de nuestro país y
con alcance nacional, es perfectamente comprensiva esta definición de las
etapas fundacionales de la Nación
(1810-1816 con nuestros próceres fundantes San Martín y Belgrano); la etapa de
consolidación del País en cuanto homologación en el concierto de las naciones
capitalistas modernas (la llamada generación del ’80 con nuestros próceres
ilustrados Mitre y Sarmiento); la
elección de una organización Republicana , Laica y con Democracia Electoral
(1916-1930 y 1945-1955; con los próceres populares en desarrollo Yrigoyen y Perón).
Si
reflexionamos sobre el alcance de la Provincia de Córdoba de una medida de éxito
político, entonces la memoria colectiva se recorta temporalmente de forma
drástica al relato fragmentario y no academicista, por lo cuál extenderse más
allá de una centuria convierte la reflexión en ajena y lejana para el
imaginario colectivo. En este recorrido temporal inverso podemos hurgar en la
memoria para hallar la referencia ética, progresista y popular de Amadeo
Sabatini en la segunda mitad de la década de 1930; la referencia industrialista,
organizada y de futuro materialmente próspero del Brigadier San Martín; la
clave de un gobierno con cuadros de incontestable extracción popular con el
arribo de Ricardo Obregón Cano- Atilio López al gobierno de la Provincia.
En
igual sentido, cuando nos referimos al caso de la Ciudad de Córdoba el
recorte es mayor pudiendo extenderse cuando mucho a unas pocas décadas a riesgo
de retratar una épica propia de un libro de cuentos fantásticos de otra época,
de otro mundo. En efecto, la memoria colectiva registra los hitos de la
intervención en cuanto concepción modernizadora urbana de principios de la
década de 1970 del Arq. Taboada; las intervenciones estructurales de
infraestructura de la segunda mitad de la década de 1980 del Dr. Ramón B.
Mestre; o el remozamiento institucional brindando una propia Constitución así
como modificando la escala de abordaje del gobierno local con los Centro de
Participación Comunal del Dr. Rubén A. Martí en la década de 1990.
Es
de notar que cuando la reflexión alcanza el plano nacional, la distancia de los
acontecimientos y la profusa documentación histórica relativa permite
extenderse de forma más lejana en el tiempo. A medida que nos acercamos en el
plano territorial, la memoria histórica se acorta tanto como se nos acercan los
problemas, de forma tal que en el caso de la Provincia de Córdoba solamente
se puede recorrer la centuria y en el caso de la Ciudad de Córdoba apenas
algunas décadas como señalamos.
La
épica de las acciones se extravía en los rincones miserables de las gestiones;
mientras que la grandeza de los conductores se reafirma en la mirada lúcida de
su tiempo.
Tres
ingredientes indispensables del buen gobernante
Es
necesario insistir que las claves para considerar un buen gobierno en los
términos de facilitar una mejora en la condición global de la Sociedad, lejos de la
retórica, el éxito se encuentran en los resultados mismos de las acciones que
sea capaces de instrumentar la política y los gobiernos.
La
inquietud que atraviesa a todo político, a todo proceso político que imagina
trascender a su tiempo a partir de sus acciones de gobierno, sean ellas
testimoniales, materiales o de consciencia, se ubica por lo general en una rara
fantasía de interpretar como - pésimos - actores que remedan pasajes o
extractos sueltos de las obras míticas con las cuáles se construye el
imaginario político criollo, por caso “El Príncipe” de Maquiavelo, así como en
reinterpretar los libretos de las organizaciones políticas argentinas que
devinieron en abstractos por no disponer de una exhaustiva y completa revisión
conceptual de su modelo germinal y la realidad histórica en donde se actúa.
Lo
cierto, en todo caso, es que tanto dirigente político conductor como proceso
político conducido, no disponen de reglas únicas y sencillas sobre las cuáles
moldear un buen gobierno. Como señalamos las disquisiciones en cuanto a
mayorías beneficiadas, o en cuanto a alternativas respecto de la mecánica instrumental
de la política, establecen una especie de segundo orden de la ejecución.
Consideramos
valioso tratar de buscar los cimientos del primer orden, del lugar precioso
donde la razón, la confianza y el devenir se encuentran de forma limpia y
simple. Sin ningún tipo de artilugio conceptual que transforme en difícil
aquello que por su finalidad debería ser sencillo. Este primer orden, no es
otra cosa, que tratar de realizar un aporte en la búsqueda de la verdad como
motor develador del cambio, y la buena fe o buena intención como argumento
perenne de las acciones que se impulsan. Recogerse sobre los valores, no es
otra cosa que buscar en la propia dinámica de los grupos sociales los elementos
que justifiquen las acciones que modifiquen su propia realidad.
En
esta búsqueda proponemos una simplificación extrema en los términos respecto de
cómo reunir los elementos de una solución política exitosa para los gobiernos.
En este orden proponemos que las características y acciones de las
organizaciones políticas tanto en su proceso de arribo a la conducción del
Estado como ya en el gobierno del mismo deberán contar con tres elementos
críticos, propios de la pretensión de conducir el proceso político:
1. La Empatía ingrediente indispensable para sostener las mayorías de
adhesión al proceso político. La capacidad del dirigente en tanto conductor y
del propio proceso político de ponerse –al menos por un momento- en el lugar de
aquellos que son los postergados, los más afectados por los problemas
ciudadanos, constituye el capital por excelencia para comprender el daño que
implica la ausencia de solución por parte del Estado a los problemas que la Sociedad encomienda
resolver. Sin Empatía no existe soporte electoral sostenido, las mayorías se
disuelven y fragmentan en la búsqueda de aquellos procesos políticos que se
identifiquen con ellas mismas en tanto ciudadanos que reclaman. Por el
contrario, la capacidad empática de un proceso político constituye la guía más
férrea hacia el destino que exigen los ciudadanos, evitando dilaciones y
distracciones inútiles y perniciosas en la implementación de las soluciones. La
empatía es la última garantía que los dirigentes políticos sean capaces de
percibir el dolor y la postergación que sufren los ciudadanos que los eligen
para conducir la solución de los problemas que más los acucian de forma
colectiva.
2. Los Argumentos constituyen el elemento indispensable
para convencer a los individuos y sus organizaciones respecto de la mecánica
elegida para resolver los problemas comunes a la Sociedad. Los Argumentos
transforman en consistente la acción, permiten a los ciudadanos auditar la
mecánica de la gestión de gobierno en función de los resultados que se esperan
y para los cuales la dirigencia política se hizo elegir. Argumentar es la
manera moderna y adecuada de imponer soluciones para las mayorías, afectando
los status quo en la medida que ello sea útil y necesario para mejorar la realidad.
Los Argumentos deben permitir a los ciudadanos solicitar explicaciones por las
acciones emprendidas por el Estado, a la vez que obliga a los dirigentes
políticos y los procesos que integran a detallar los motivos y razones por las
cuales gestionan el cambio de la realidad. Los Argumentos constituyen la base
cualitativa del proceso político exitoso, poniendo en una especie de estadio de
simulación el cambio de la realidad pretendido.
3. El Carisma como parte integrante del misterio humano
de la conducción. El Carisma opera como espejo de la ciudadanía respecto de su propia
representación. El Carisma podrá ser exclusivo del dirigente político o un
atributo del proceso político completo, pero siempre permite enrolar el deseo
colectivo por ser aquello que no se es, no se alcanza, pero se desea. En
términos de representación, el Carisma opera como la imagen proyectada de los
ciudadanos que requieren soluciones respecto de la persona o entidad que
sintetice su estereotipo ideal capaz de sostener en el tiempo la Empatía con los que sufren
y los Argumentos que sostienen las acciones. Un Carisma sin Empatía y sin
Argumentos es apenas un maniquí social expuesto en una caja de cristal.
La
medida exacta de cada ingrediente o componente de la receta, así como la manera
de mezclarlos, dependerá de diversos factores algunos propios de la decisión de
los actores en tanto decisores políticos, otros frutos de las condiciones
impuestas por el contexto y la realidad en la cuál se desenvuelve la Sociedad y el Estado.
La
afirmación entonces consiste en sostener que lo certero ocurrirá cuando se
verifique la ausencia de uno o más de estos tres ingredientes dentro de un
proceso político específico, sea de gobierno o sea de arribo al gobierno. La
carencia de al menos uno de los tres ingredientes Empatía, Argumentos y Carisma
condenará al fracaso a cualquier proceso político, medido el éxito -tal como se
señalo- en términos de su capacidad para perforar los ciclos históricos que
registra la Sociedad
en cuanto obtener mejoras en la condición global histórica de la misma.
Cuando
los Argumentos del proceso político reaseguran las acciones emprendidas para atenuar
el dolor y la frustración que Empáticamente la clase dirigente debe percibir de
los ciudadanos, entonces es posible imaginar que los deseos de solución de sus
problemas más acuciantes encuentran el sendero de respuesta esperada dentro de
las expectativas generadas por la elección realizada para conducir la política
pública. Si ello dispone de la dosis de Carisma necesaria para representar el
estereotipo promedio que los ciudadanos desean proyectar como sostén del éxito
buscado, entonces el proceso político tiene garantías de trascender temporalmente
el imaginario colectivo y con ello de perforar el ciclo histórico en que se encuentre
la Sociedad.